lunes, 19 de septiembre de 2011

Naturistas Históricos (1). Edvard Munch.

La Virgen María. Algunos pueden dudar de su verdadera existencia como persona de carne y hueso, otros mucho dudaran seguro de su casta condición. Lo que sí que no despierta dudas es que es uno de los personajes más representados en la historia de la pintura. Uno de sus retratos más sorprendentes y a la vez más transgresores lo elaboró un pintor noruego de finales del siglo XIX. Este artista, criado en el seno de una familia sin madre, víctima de la tuberculosis, quedó entonces al cargo exclusivo de su padre. Cristian Munch era hijo de un sacerdote. Hombre profundamente devoto, médico militar de profesión, se adscribía a una de las ramas más conservadoras de la época: los puritanos escandinavos.

Su hijo, Edvard, se interesó por la pintura y reflejó en ella, como no podía ser de otra manera, parte significativa de su mundo: pasiones, miedos, prejuicios, así como también sus obsesiones. Mantuvo hasta el final una lucha constante contra los valores de su propia educación, que eran a la vez los del conjunto de su sociedad. Una sociedad que ya había quedado escandalizada cuando Edvard, con 24 años, reflejo en Jurisprudencia a un trío de conocidos anarquistas. Escándalo que quedó reducido a nimiedad si consideramos cómo, en 1894, Munch concibió a la Virgen María en este célebre cuadro:

Madonna (1894 - 1895)


En esta impactante pintura, los expertos recalcan la juventud de María -hasta la fecha pintada siempre como mujer madura-, además del extraordinario efecto que produce aquí la unión de dos conceptos históricamente alejados, como son la santidad y la sensualidad. Algunos conjeturan, no sin cierta polémica, que el punto de vista tomado es el de un hombre con el que está haciendo el amor.

En realidad esta no es María. La figura se reinventa con sus propios atributos, siendo clave la maternidad. Quizás la madre perdida de Munch -más notable este aspecto en su otro cuadro Loving Woman (Madonna), muy similar a este pero con la inclusión del dibujo de un feto- inspira este profundo dolor que emana el cuerpo desnudo. Una vez más, Munch “toma prestado” la aureola omnipresente en las representaciones de la Virgen, pero cambiando el dorado por el rojo, es decir, cambiando la iluminación por el sufrimiento. Los ojos entrecerrados, casi cadavéricos, nos revelan por segundos la muerte, y el fondo de líneas distorsionas, tenebroso, desde el que emerge la mujer, parece extenderse en una suspendida conmoción. Y aun así la protagonista sigue emanando voluptuosidad, en su boca y en su mirada de soslayo, en su postura curvada, de la misma manera que emana una rotunda fecundidad.

Quizás, la mujer, la madre, resurge de un recuerdo, con prácticamente la única certeza de la propia procreación, vuelve de entre las tinieblas, joven, como lo era antes de morir, sensual, fecunda, capaz de dar a luz varios hijos (4 hermanos tuvo Munch), pero con la inevitable sensación de la muerte que malogra la reminiscencia, que lacra las sensaciones recién despertadas con una visceral aflicción.


Este es, sin lugar a dudas, un buen ejemplo de como un desnudo puede trastocar tanto a las personas de su tiempo, como a sus tradicionales principios. Algo que puede pasar a muchos niveles. El mismo Munch, ya a finales del siglo XIX, practicaba el nudismo en la playa, tal y como puede verse en la siguiente foto:


Y ya entonces la censura actuó para tapar "las partes impúdicas" del artista con un rotulador negro. No deja de ser curioso: la Madonna ha ganado la batalla, ahora nadie niega que es arte, el desnudo en la playa, algo mucho más básico y natural, en cambio, aún tiene sobre él el rechazo del prejuicio y de lo considerado obsceno.

De la foto a nuestro tiempo, nada... un siglo.

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